Te traemos el testimonio de nuestro vecino Humberto Rodríguez Armas, Socorrista Acuático, Técnico de Emergencias, Formador, con una vasta experiencia en el rescate de personas en situaciones de crisis y dispuesto a poner toda su experiencia al servicio de aquellos que lo necesiten en cualquier lugar del mundo. Este planteamiento de vida lo llevó a Lesvos en Grecia, a principio de este año.
Durante 15 días permaneció en uno de los epicentros informativos y de emergencia más importantes a nivel mundial, el lugar donde cada día llegan cientos de refugiados procedentes de países en crisis como Afganistán y Pakistán, o que sufren una de las guerras más cruentas, como Siria. Huyen de la muerte, porque vida ya no tienen. Al llegar “en sus caras veías que se sentían prácticamente muertos, porque se lo han quitado todo, no tienen casa, amigos, vecinos, trabajo, dinero… “, explica Humberto, “llegaban sólo con una mochila, en la que traían cuatro papeles, el móvil y el dinero que pudieron coger… Vienen machacados por la guerra y ya no les asusta nada”.
Humberto formó parte de un equipo de entre ocho y quince personas de toda España, casi todos voluntarios, que llegaron a Lesvos a través de la empresa Proactiva, responsable de prestar servicios en playas de diferentes zonas del país y que decidió montar una base de atención a los refugiados en esta isla griega. El tiempo que permaneció allí rotó por todos los puestos disponibles: vigilancia en playa, desde un vehículo, desde la embarcación o en el centro de coordinación.
Una jornada cualquiera comenzaba a las cinco de la mañana. Si le habían asignado estar en la embarcación, al amanecer ya debían partir “del muellito” y comenzaban las labores de vigilancia. “Sabíamos que a las 4:30 horas de la mañana salían de Turquía y llegaban sobre las seis, seis y media o siete de la mañana a la zona donde estábamos nosotros. Pero no llegaba una embarcación, sino diez o quince. En ese momento se debe ser rápido, para guiarlos a la costa de una manera correcta evitando que pincharan y se ahogaran llegando a la orilla. Esta situación provoca mucho estrés en los equipos que estamos allí, porque deseas llegar a todas y desembarcarlas con seguridad”.
Sin duda, el mayor estrés es el que soportan las personas a las que atienden, pero los equipos están sujetos a una presión que muy pocos son capaces de soportar. ” Lo más difícil es que tienes que mantenerte alerta las 24 horas del día. Debes levantarte a las cinco de la mañana, ponerte la ropa y no quitártela hasta las ocho de la tarde. Una ropa que se humedece”. Esta presión constante y continua “te impide dormir, descansar…” Se debe saber desconectar, porque si no, no se puede llevar. “Mi experiencia en la atención a los que llegaban hace años en patera y cayuco a Fuerteventura, hizo que pudiera llevar esta situación”.
NO OLVIDA
Sin embargo esa experiencia no evitó que viviera situaciones que lo sorprendieron. ” Lo más que me sorprendió es que atendíamos familias completas. En los cayucos venían los más fuertes, pocos eran familia. Aquí vienen desde el recién nacido hasta el abuelo, los tíos, cuñados, primos… grupos familiares extensos”, relata Humberto. Al llegar a la playa “se sentaban todos juntos, en grupos”.
Otro momento que no se borra de su mente ni de su retina es el vivido una madrugada. “Una noche nos avisaron de la llegada de un barco atunero habitual en Turquía, donde caben unas 60-80 personas, pero en los que las mafias metían entre 200 y 300 personas. Salimos en su búsqueda. De camino nos encontramos con una embarcación pequeña que no esperábamos, les indicamos hacia donde debían ir y continuamos la búsqueda”. Humberto ocupaba la proa de la embarcación de rescate. Su función era controlar el foco con el que alumbraban el mar. “Enfoqué y lo vimos. Un barco grande y los ojos de sus ocupantes a través de las ventanas. Dejamos que se acercaran al muelle, atracaron y los ayudamos a que bajaran. Lo curioso es que venían todos secos, en buen estado y era tal su felicidad por haber llegado bien, que los niños pidieron fotografiarse con nosotros”.
Esto no era lo habitual. “Por regla general llegaban mojados, con hipotermia.. al bajar se abrazaban a nosotros, lloraban porque salieron de Turquía y llegaron a tierra griega sanos y salvos, cuando alomejor sabían que ese mismo día otras embarcaciones habían fenecido nada más salir”. Todas las semanas “podían morir 100-200 personas en la costa turca, donde nosotros no podíamos llegar” por los acuerdos internacionales que los obligaban a permanecer en las dos millas y media griegas.
A las cifras de pérdidas se deben contraponer las de las vidas que contribuyeron a salvar: unas 4.000 en quince días. Personas que desean llegar a Grecia pero “su objetivo es continuar”, explica Humberto. Sin embargo “se han encontrado con una gran barrera política y social que pocos entienden. Es como si estuvieras de noche en la calle peatonal de La Aldea, pidieras ayuda casa por casa porque te quieren atacar, abrieran, vieran que estás en peligro y volvieran a cerrar dejándote a tu suerte”. Los que no son expulsados deben permanecer en campos de refugiados donde las condiciones “son infrahumanas. Estamos hablando de personas acostumbradas a tener su casa, su trabajo y una vida como la que podamos tener nosotros aquí. De la noche a la mañana se han visto obligados a abandonar lo único que conocen, pero no les dejan rehacer su vida en otro lugar”.